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Osvaldo Piro
Formado con grandes del género como Alfredo Gobbi y Aníbal Troilo, Piro disfruta hoy la experiencia de dirigir una orquesta que escapa a los lugares comunes del porteñaje.
“Me costó mucho la decisión de venir a Córdoba, era una movida muy grande.
El contrato era por un año; pero pasó otro, y otro, y ya inicié el quinto año, y estoy feliz”, señala.
Por Karina Micheletto
desde Córdoba
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-6621-2007-06-12.html
El director también se libera un espacio para despuntar el vicio de tocar el bandoneón.
“¿Usted sabe lo que es cumplir un sueño?
Bueno, este es mi sueño cumplido”, repite Osvaldo Piro en cada oportunidad que se le presenta.
Se refiere a la grabación de Eclipse,
el CD en el que la Orquesta Provincial de Música Ciudadana registró el trabajo que lleva adelante con el bandoneonista como director y arreglador,
grabado con el apoyo de la Fundación Teatro del Libertador San Martín.
Una suerte de marca en el tiempo y de desafío cumplido, que muestra cómo suena hoy el tango que se hace afuera de Buenos Aires.
“Y ojo que no está hecho de cualquier manera: gracias a los muchachos de la Fundación pudimos hacer el disco íntegramente en Córdoba y en las mejores condiciones, con todas las horas de grabación y mezcla que necesitamos, técnicamente impecable”, aclara Piro.
“Uno no debería estar rindiendo examen del tango que se hace afuera de Buenos Aires, pero algo de eso hay. Y la verdad es que suena de primera.”
Así suena el disco y así sonó la Orquesta en vivo, en la presentación del fin de semana, ante un Teatro Libertador (el teatro lírico más antiguo del país) repleto.
Piro sabe de lo que habla cuando resalta los logros de una orquesta oficial:
este es su quinto año al frente de este organismo tanguero provincial, y antes, durante seis años, dirigió la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto.
Dos de los pocos organismos estables que hoy desarrollan el género del tango, en un país en el que las formaciones estatales deben superar todo tipo de obstáculos, desde la crónica falta de presupuesto hasta los vicios atávicos que promueve la mezcla entre músico y empleado público.
Esta vez, sin embargo, el trabajo maduró en forma de buen tango, a cargo de una orquesta que suena con sello propio, eso tan fácil de enunciar y tan complicado de conseguir. Este cuerpo estable de doce músicos, que incluye cantante y pareja de baile, demuestra profesionalismo y voluntad de trascender.
Al frente de esta orquesta, Piro también deja su sello como arreglador y compositor de tangos como “Eclipse” (que da nombre al disco), “Tangobbiao” (dedicado a su maestro Alfredo Gobbi) o “Min-on tango”.
Y cada tanto toma su instrumento y se suma a la fila de bandoneones, como uno más.
“Yo empecé a tocar el bandoneón a los 9 años, fíjese que es muy difícil que alguien lo pueda agarrar de grande”, explica.
“Es un instrumento mefistofélico: tiene cuatro teclados, dos abriendo y
dos más cerrando, y hay que tocarlos ciego”, define su arma de trabajo.
Osvaldo Piro es hoy uno de los pocos directores de orquesta de raza que quedan en actividad, formado al calor de las filas de la época de oro del tango:
Entró a la orquesta de Alfredo Gobbi con sólo quince años y se quedó allí durante seis años.
Allí se nutrió de aquella “mugre sagrada” de la que hablaba Troilo, esa manera de pronunciar el tango que sólo se aprendía en las orquestas y que ahora puede pasar a las generaciones que le siguen.
Fue también uno de los pocos que se animó a seguir sosteniendo una orquesta de tango en los ’60, cuando el género comenzaba a retroceder en las preferencias del público y sólo sobrevivía en fenómenos aislados como el del furor juvenil por Julio Sosa.
Como parte de esa “resistencia tanguera”, allá por los ’60 Piro lideró sus propias formaciones.
La consagración le llegó siendo muy joven y en el mismo paisaje que ahora es su lugar en el mundo.
Por dónde atiende Dios
Cualquiera puede adivinar la estirpe de Piro, aunque no tenga la más mínima idea de tango.
No hace falta más que verlo venir, se lo adivina tanguero por la pinta. Podría decirse que lo vende la estampa.
Es un impecable caballero de voz y perfume imponentes, de esos que logran ser tema de conversación de otros hombres recelosos en sobremesas de bar.
Alguna vez fue esposo de otra tanguera, Susana Rinaldi, con quien sigue trabajando en distintas ocasiones y con quien tuvo dos hijos que también hicieron su camino en la música:
Alfredo y Ligia Piro.
Su esposa actual, Lidia, es quien lo siguió hasta Córdoba. Un lugar al que, aseguran, algo los ataba desde antes. Y en la explicación se mezcla la creencia en el destino con dogmas de tipo futbolístico, que un fanático de Boca maneja con soltura.
“Es raro haber terminado viviendo en Córdoba, el mismo lugar donde todo empezó.
Eso es algo que me deja pensando.
En fin, supongo que para todo hay que tener una dosis de suerte, como en el fútbol, eso que llaman la suerte del campeón”, define Piro y avanza en la explicación:
“Yo formé mi orquesta a los 26 años, con otros músicos jóvenes como yo. Venía de integrar filas de bandoneonistas de otras orquestas, ¿qué músico iba a creer en mí? No me quedaba otro recurso que juntar gente de mi edad.
Con esa orquesta vine a Córdoba, al Festival de Tango de La Falda, en 1965.
Me acuerdo del tremendo aplauso que estalló cuando abrí el Festival (riesgo que ninguna orquesta quería correr), qué ironía, con un tango de Piazzolla, cuando era más resistido que nunca...
También me acuerdo que miré para atrás, para ver si pasaba algo, no entendía que semejante aplauso fuera para nosotros.
Así gané el Premio Revelación, aquí en Córdoba.
Como en esa época el Festival había arrancado a lo grande, con las mejores figuras, ese reconocimiento me abrió todas las puertas, hasta hizo que Aníbal Troilo y Cátulo Castillo fuesen mis padrinos artísticos. Y ahora, después de haber andado por tantos lados, vuelvo al lugar que me dio el espaldarazo”.
–¿Estar al frente de una orquesta que representa al tango afuera de Buenos Aires implica una responsabilidad extra? ¿Siente que tienen que salir a mostrar que hacen buen tango?
–No debería ser así, pero algo de eso hay, solapadamente.
Ocurre que la herencia histórica de nuestro país es terrible, todo pasa por la Capital,
Dios atiende en Buenos Aires desde siempre, y es difícil modificar eso.
Cuesta generar hechos artísticos, aunque desde luego es más fácil en Córdoba, Rosario o Mendoza que en lugares más pequeños. Aquí mismo en Córdoba, que potencialmente es una gran provincia, sería imposible sostener una orquesta como esta sin el apoyo estatal.
–¿Y entonces por qué vino a trabajar aquí?
–¡Hay que preguntarle al director del teatro de ese entonces, que me contrató!
Cuando apareció el ofrecimiento, yo venía de renunciar a la dirección de la Orquesta Juan de Dios Filiberto, y sinceramente lo pensé mucho. Era una movida muy grande, no porque estuviera aferrado a Buenos Aires, sino por tener que mudar mi familia, mi hogar, sin saber muy bien cómo me iban a recibir, después del “que se vayan todos”, en medio de una crisis brutal.
El contrato era por un año; pero pasó otro, y otro, y ya inicié el quinto año. Lidia y yo estamos muy felices aquí. En las grandes capitales uno se va acostumbrando, pero se hace duro vivir allí.
Y hay cosas que con Lidia no cambiaríamos por nada del mundo. Por ejemplo, agarrar el auto y rajarnos todos los fines de semana a las sierras.
Cada tanto voy a Buenos Aires a visitar a hijos y nietos, pero estoy unos días y me dan ganas de volver. Eso es un síntoma.
–¿Cuál es su desafío como director?
–Yo tengo la obligación de ser un referente para los muchachos, por la edad, por la trayectoria, por el camino que recorrí.
Generalmente un equipo de músicos, ya sea un organismo del Estado o privado, está esperando que llegue el director y les pase las partes.
El director siempre es el responsable, tiene ese rol y lo tiene que jugar, no le puede pasar la pelota a nadie.
En esta tarea hay dos momentos de gran placer:
el primero, cuando terminaste la obra, repartís la música al grupo, la escuchás por primera vez. El segundo, cuando la presentás ante la gente, el estreno.
Son dos momentos inolvidables.
–¿Qué responsabilidades extra implica la dirección de una orquesta oficial?
–Sigue siendo el trabajo de un músico, aunque algunos no lo entiendan así.
Por ejemplo, cuando estuve al frente de la Filiberto, después de que pasaran cinco directores de Cultura diferentes, llegó el señor (Darío) Lopérfido y creyó que mi puesto era político.
¡Pobre, no entendía que para pararse adelante de cincuenta músicos hay que saber de música y no de política! (risas).
Nadie puede ser director si no tiene solvencia, porque los músicos pueden ser crueles cuando quieren: pueden llegar a humillar al que se pone adelante, ponerlo a prueba para ver si se da cuenta si están tocando un Fa o un Fa sostenido.
Hay una diferencia, y es que con el grupo privado uno arregla el trabajo directamente con los músicos. Yo siempre creí que los músicos tienen que volar y soñar, como todo creador, estén donde estén.
–¿Cómo ve a los directores de la nueva guardia tanguera?
–Hoy hay muchos chicos interesantes, Carlos Corrales, Fabián Bertero, que va a venir en diciembre como director invitado de nuestra Orquesta.
Espero que toda esta generación de chicos jóvenes desarrolle un estilo, una personalidad. Porque lo que se repite es una tendencia a copiar el modelo de Piazzolla o el de Pugliese, y nada más.
Nadie puede negar las influencias, desde luego, siempre hay que agarrarse de un lugar, pero falta explorar otras líneas de pertenencia, como la decariana, la de Gobbi, Troilo y tantos otros.
El proceso es lento, pero firme.
Hay que tener en cuenta que hubo un vacío muy grande, durante años no hubo chicos que estudiaran el bandoneón, estuvimos a punto de quedarnos sin herencia.
Hoy a nuestra orquesta le pasa algo hermoso: la gente hace cola para ver el espectáculo, el teatro se llena como en las viejas épocas. Hoy el panorama es otro. Y es tiempo de que empecemos a aprovecharlo.
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